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Se acabaron las opciones

Si la intervención humanitaria en Siria fracasa, algo que Estados Unidos está considerando, el conflicto puede enquistarse y prolongarse.

Miguel Benito - Especial para El Espectador
31 de agosto de 2013 - 09:00 p. m.
El presidente Barack Obama en el momento en que explica que estudia “una acción limitada” en Siria. / AFP
El presidente Barack Obama en el momento en que explica que estudia “una acción limitada” en Siria. / AFP

Después de dos años de constantes atrocidades se acabaron las buenas opciones en el conflicto de Siria. Bueno, si es que alguna vez las hubo. Cualquier cosa que se haga a partir de ahora, posiblemente sea mala. Ahora se trata de intentar descifrar cuál es la alternativa menos mala entre la intervención militar y mantener la situación actual.

Las cifras del conflicto sirio —que comenzó a finales de enero de 2011— son escalofriantes: más de 100.000 muertos. Si tenemos en cuenta que la población de Siria es aproximadamente de 20 millones de habitantes, eso supone que un 0,5% de los sirios ya ha muerto y que, a lo largo de los cerca de 940 días que lleva esta crisis, el promedio ha sido de más de cien muertes por día. Para poder poner esto en proporción, tengamos en cuenta que la Comisión de Memoria Histórica cifró en 220.000 las muertes producidas en el conflicto interno colombiano desde 1958.

El escenario sirio, con un catálogo interminable de crueldades, reabre un debate interrumpido por la invasión de Irak: el del intervencionismo humanitario, que había sido una cuestión central en las relaciones internacionales tras las crisis de los Balcanes y Ruanda en la década de los noventa. Cuando cobraba cuerpo la idea de crear mecanismos internacionales de intervención donde se produjeran graves abusos de un Estado contra su propia población, la invasión estadounidense a Irak derrumbó la idea misma de intervencionismo.

Hoy el tema revive en Siria, en un escenario que parece ajustarse a los parámetros de una intervención militar por motivos humanitarios, pero la comunidad internacional sigue enzarzada en un juego de intereses que paraliza cualquier decisión.

La división entre Rusia y China —apoyos y protectores en el Consejo de Seguridad de la ONU del gobierno de Al Asad— y Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia —inclinados hacia los rebeldes y dispuestos a endurecer las acciones contra el régimen— hace que cualquier propuesta de intervención corra el riesgo de ser interpretada como una toma de partido y que la acción militar sirva para desequilibrar el conflicto a favor de uno de los dos bandos.

Al mismo tiempo que se desarrolla la pugna global, más silenciosa, se lleva a cabo un durísimo pulso por el liderazgo regional entre Irán, Turquía, Arabia Saudí y Catar —bajo la mirada de Israel—, en la que Al Asad y los rebeldes son los actores interpuestos del drama. Es más fácil luchar cuando los combatientes —y por tanto las bajas— no son propios.

El uso de armas químicas —cuestión bajo inspección de la ONU— es el elemento que puede empujar a Estados Unidos a la intervención y eso levanta todo tipo de suspicacias y dudas. El antecedente iraquí pesa. Obama ha rehuido la decisión que, al final, parece tomará con acciones militares limitadas, de pequeña escala contra el régimen alauita y mínimo involucramiento en la causa política del conflicto interno.

Además, la intervención humanitaria no tiene el éxito garantizado y, si fracasa, puede agravar y enquistar el conflicto sirio por más tiempo. Quizá la mejor de las peores opciones sería forzar una tregua entre régimen (presionado por Rusia) y oposición (presionada por Estados Unidos), incluso con la realización de bombardeos estratégicos. Esa tregua debería quedar garantizada —de nuevo, con la posibilidad de acciones armadas contra los responsables de cualquier violación— hasta el final de la conferencia internacional que tendrá lugar en Ginebra en septiembre. Tregua y conferencia podrían ofrecer posibilidades para una reducción de la violencia que abra otras vías al conflicto. Todo ello demasiado improbable.

* Profesor de las U. Externado y Sabana.

Por Miguel Benito - Especial para El Espectador

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